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¿QUÉ FUTURO NOS ESPERA?

¿QUÉ FUTURO NOS ESPERA?


Bertrand Russell (1872-1970), filósofo y matemático inglés, declaró lo siguiente en 1966 para la revista francesa Realités: "Dentro de veinte años, el mundo será muy distinto del actual, sobre todo en un aspecto: no habrá más seres humanos".
George Wald, premio Nobel de Ciencia, declaró hacia 1980 que "la vida humana está amenazada como nunca antes en la historia de este planeta". Y añadió: "Soy uno de los científicos que encuentra difícil imaginar cómo la humanidad llegará más allá del año 2000".
Y, ante esta visión negativa del futuro, no es extraño que otros científicos -tan pesimistas como los nombrados- piensen en la posible solución de las "colonias espaciales". Tales colonias serían enormes cilindros habitados por seres humanos, que no podrían seguir viviendo de manera normal sobre la corteza terrestre. El propio físico Stephen Hawking ha declarado hace poco: "Veo grandes peligros para la raza humana. La solución es abandonar el planeta".
¿A qué se debe esta concepción tan sombría acerca del futuro de la humanidad? ¿Será cierto que el mundo se acaba? ¿Será cierto que estamos en vísperas de la gran catástrofe final? En tal caso, ¿adónde iremos a parar? Tal es la inquietud del alma insegura, temerosa, pesimista e incrédula. Felizmente, la información infalible de las Sagradas Escrituras nos lleva hacia una dirección diferente.

EL MUNDO DE HOY


Ya en la antigüedad, el profeta Isaías había descrito así el estado moral de nuestro mundo: "Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra... Y la tierra se contaminó bajo sus moradores, porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho... Porque vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua... No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz" (Isaías 24:4, 5; 59:3, 7, 8).
Asombrosamente, estas patéticas palabras se cumplen en nuestros días, 27 siglos después de haber sido escritas por el profeta. Y así, hoy nos encontramos en el gran tobogán de la historia, en el cual nos deslizamos sin posibilidad aparente de parar o de remediar la situación.
La economía ya no es segura ni justa en ninguna parte del mundo. Aun los grandes países sufren la volatilidad de su dinero y sus inversiones. La virtud sigue perdiendo rápidamente altura, para dar paso a la corrupción en sus más variadas manifestaciones. Los mayores líderes mundiales no saben qué hacer para detener la carrera descendente de la moral actual. La educación, la religión y aun la familia ven con dolor cómo el tobogán las arrastra. Quieren parar, pero no pueden...
Notemos este dato: "Si la población mundial estuviera compuesta por 1000 habitantes, 60 personas tendrían la mitad de toda la riqueza del mundo, y la otra mitad se repartiría entre los 940 restantes; 800 vivirían en viviendas inadecuadas; 700 personas no sabrían leer; y solamente 10 tendrían una educación superior". Esta información realmente impresiona.
Y pensar que muchos pregonaron que a partir de la década de 1960 se iniciaría una era de paz y bienestar entre los pueblos, y que los problemas humanos tendrían más fácil solución. Pero, transcurridos los años, los viejos problemas de la humanidad siguen en pie, y se han acentuado con trágicos resultados. La conquista científica del espacio exterior no nos ha ayudado a conquistar el pequeño espacio interior de nuestro corazón, para ser más buenos y felices.
¿Significa todo esto que no queda lugar para el optimismo, y que estamos yendo inevitablemente hacia el abismo? ¿O existe alguna salida confiable y segura, capaz de encender la esperanza en nuestros corazones?

EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA


Basta revisar las carteleras de los cines para darse cuenta de que las películas de catástrofes están a la orden del día. Inundaciones, terremotos, ataques extraterrestres, destrucción... todo se resume en tres palabras: fin del mundo.
Las imágenes del gran terremoto ocurrido en Japón en marzo de 2011 aún nos estremecen. El miedo a la catástrofe nuclear parece seguir latente. Los medios de comunicación hablan sobre el fin del mundo. Y, en 2012, varias profecías que popularmente se consideran verdaderas parecían aflorar con fuerza. De acuerdo con el calendario maya, el año 2012 representaba el fin de un ciclo histórico.
Sin embargo, los mayas no son los únicos que esperaron durante siglos grandes cambios para dicho año bisiesto. En el siglo XVI, Nostradamus también se animó con vaticinios sobre el final del mundo en 2012.
Verdad o pura fantasía, lo cierto es que 2012 generó su propia enfermedad, con nomenclatura y todo: "docefobia" se llama el miedo irracional al año 2012, saturado de finales apocalípticos.
Más allá de todo, cada año trae su propia carga de miedos, incertidumbres y pronósticos poco gratos.

NACE LA ESPERANZA


En una de sus declaraciones más trascendentes dirigidas a sus discípulos, Jesús les dijo: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si así no fuera, os lo hubiera dicho. Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y después que me vaya y os prepare lugar, vendré otra vez,  y os llevaré conmigo, para que donde yo esté, vosotros también estéis" (S. Juan 14:1-3).
De esta manera, Jesús prometió cuatro cosas:
  • Que en un momento determinado regresaría a su trono celestial.
  • Que se iría para prepararnos mansiones en el cielo.
  • Que luego volvería a la Tierra para llevarnos con él.
  • Que iríamos con él para vivir eternamente a su lado.
Semejante promesa iluminó el corazón de los discípulos, así como hasta hoy llena de esperanza tu corazón y el mío.
No estamos librados al azar. Tampoco estamos destinados a desaparecer, o a vivir en un mundo derrotado por la maldad y el pesimismo. No chocaremos con otro planeta; no moriremos de calor por el temible "efecto invernadero", no seremos congelados por el frío polar que puede avanzar hacia el Ecuador; no seremos destruidos por alguna forma de ataque nuclear; no tendremos que abandonar el planeta por causa de la superpoblación mundial. No necesitamos temer los vaticinios pesimistas, que desconocen los planes eternos del Creador.
El futuro de la humanidad está en las manos de Dios. "El que formó la tierra y la fundó, no la creó para que estuviera vacía; para que fuese habitada la creó. Él dice: Yo soy el Señor, y no hay ningún otro" (Isaías 45:18). Es cierto que la insensatez humana está alterando la paz del mundo, y que no existe fuerza capaz de asegurarnos un futuro mejor. Pero es igualmente cierto que la palabra final sobre el destino de la humanidad la tiene Dios. Y que llegará la hora cuando él actuará personalmente, para darnos un mundo mejor. ¡Tenemos razones, entonces, para ver el futuro con optimismo!

EL PREGÓN DE LAS SEÑALES


Sentado en el monte de los Olivos, Jesús se puso a conversar con sus discípulos. Y ellos le preguntaron: "¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?" (S. Mateo 24:3). Por lo que habían escuchado previamente de su Maestro, para los discípulos era claro que la segunda venida de Jesús a la Tierra marcaría el final del mundo actual. Y estaban en lo cierto. Por eso Jesús, lejos de corregir la pregunta de ellos, pasó a responderla detalladamente: Predijo que vendrían engañadores y falsos profetas, que se harían pasar por Cristo, y señaló que habría guerras entre las naciones. Cambien anunció que habría "pestes, hambres y terremotos en diversos lugares" (S. Mateo 24:5-7).
Y Jesús siguió diciendo: "De la higuera aprended esta lección: Cuando su rama se enternece, y brotan sus hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también, cuando veáis todas estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas... Sin embargo, nadie sabe la hora, ni aun los ángeles del cielo, sino mi Padre solo" (S. Mateo 24:32, 36).
Jesús también añadió: "Como fue en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre... La gente comía y bebía, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y no conocieron hasta que vino el diluvio y llevó a todos" (S. Mateo 24:37-39). "También será como en los días de Lot. Comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban. Y el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y destruyó a todos" (S. Lucas 17:28, 29).
Estas son algunas de las señales que anunciarían la proximidad del retorno de Cristo. ¡Señales que se están cumpliendo ante nuestros propios ojos! ¿No vemos hoy enseñanzas engañosas de toda especie que, mezcladas sutilmente con el error, alejan a la gente de la verdad y de Dios? ¡Cuántas personas padecen el engaño de tales enseñanzas! ¿No vemos también, en nuestros días, naciones enfrentadas entre sí, amenazadas de guerra y destrucción? ¡Naciones vecinas carcomidas por el odio, que se niegan a la mutua tolerancia! Y, al mismo tiempo, ¿no nos asombran las pestes, las epidemias y el hambre que hoy azotan a nuestro mundo? ¡El avance de la ciencia no puede con ellas! Estas desgracias aumentan cada día, y millones caen sin atención médica y sin un pedazo de pan para mantenerse en pie.
Estas graves realidades ya las había anticipado Jesús, como señales de su segunda venida y del fin del mundo. Pero, ademas, el Señor habló de "terremotos en diversos lugares". Los terribles terremotos de 2010, en las repúblicas de Haití y Chile, y de Japón en 2011, confirman la predicción de Cristo. Centenares de miles de personas sin vida, y muchos más sin hogar. Y, a estos temblores fatales de la tierra y del mar (tsunamis), podemos sumar la alteración generalizada del clima. Sequías, inundaciones, huracanes y tornados... Anormalidades de la naturaleza, que describen el significado profético de nuestros días... Lo llamativo es que los terremotos van en constante aumento, y los otros desastres naturales también.
Y por fin, sin pretender agotar la lista, ¿cómo no habríamos de mencionar la condición moral de la sociedad actual? Jesús la citó entre sus señales. Dijo que este tiempo previo a su venida sería semejante a los días antediluvianos, cuando "la maldad de los hombres era mucha en la tierra", y "la tierra se había corrompido, y estaba llena de violencia" (Génesis 6:5, 11).  Una rápida mirada al mundo que nos rodea nos confirma que hoy estamos repitiendo la triste historia de ayer: la de antes del diluvio y la de Sodoma. ¡El tobogán de la maldad y la corrupción nos sigue llevando aceleradamente hacia el fatídico fin del mundo! El pregón de las señales así lo había anticipado.
Este mundo violento y corrompido tendrá su inevitable final. ¡Y, en reemplazo, mañana nacerá otro mundo, perfecto y eterno, para ti y para mí! ¡Conserva este optimismo en tu corazón! ¡Alégrate con esta feliz esperanza!

EL MUNDO DEL MAÑANA


El Creador se propone hacer "nuevas todas las cosas" (Apocalipsis 21:5), y darnos "nuevo cielo y nueva tierra, donde mora la justicia" (2 S. Pedro 3:13). Esta es la mejor noticia que contienen las Sagradas Escrituras. ¿Te imaginas vivir alguna vez en el Reino de Dios, donde todo será deslumbrante y perfecto, y donde la justicia será completa para bien de todos sus moradores?
En ese mundo de gloria habrán terminado para siempre los problemas humanos y las guerras entre las naciones. Allí no habrá quejas no disconformidad de ninguna especie. Tampoco habrá carencias o pobreza, ni dolor, ni enfermedad, ni muerte (Apocalipsis 21:4). La vida será radiante para todos. La felicidad será total. La convivencia entre unos y otros será fuente del mayor regocijo, porque los sentimientos y las palabras procederán siempre de un amor desprendido y de una mente pura.
Allí no existirán dudas acerca de si el vaso de la vida está medio lleno o medio vacío. Porque siempre estará absolutamente lleno, lleno de las abundantes bendiciones de Dios, lleno de gloria y de gozo, lleno de paz y de amor, lleno de acciones constructivas, lleno de todo lo bueno que una vez quisimos tener aquí en la Tierra y no tuvimos.
En ese mundo del mañana adonde nos llevará el Señor, todos seremos eternamente optimistas. Allí no habrá lugar para el pesimismo. No habrá temores ni dudas en ningún corazón. Por lo tanto, ya desde ahora podemos mostrarnos alegres y optimistas. Nos espera el mundo glorioso, donde "estaremos siempre con el Señor" (1 Tesalonicenses 4:17). ¡El mal desaparecerá para siempre, y el bien reinará por los siglos de los siglos! Lo que es perfecto no puede ser mejorado, y lo que es eterno no tiene fin. Así será el hogar de los redimidos, el tuyo y el mio, por la gracia de Dios.
¿Te parece un regalo demasiado grande, glorioso o inmerecido? ¡Y sí! Es tan grandioso que, si no fuera por nuestra fe en la promesa de Dios, nos costaría creer que algún día recibiremos semejante regalo de eternidad.
Pero nuestra fe tiene buen fundamento: creemos que Dios nos dará ese reino perfecto, y que Jesús ciertamente volverá para llevarnos allí por tres razones:
  • Porque Cristo ya vino una vez, y nada nos hace dudar de su posible regreso.
  • Porque las señales anunciadoras de su venida se cumplen hoy ante nuestra vista.
  • Porque el Dios que nunca miente cumplirá sin falta su promesa de volver. Solo el Nuevo Testamento menciona este tema más de trescientas veces. La promesa es cierta y, en el momento previsto, el Señor la cumplirá: "Dentro de muy poco, el que ha de venir vendrá, y no tardará" (Hebreos 10:37).

EL DÍA ESTA CERCA


De repente, el viejo Ford T se detuvo en el camino. Su conductor hizo todo lo posible para poner en marcha el motor, pero sin éxito. Entonces, el hombre permaneció en el lugar a la espera de algún voluntario que le diera una mano de ayuda.
Y no pasó mucho tiempo antes de que un hermoso automóvil se detuviera. Bajó de él un desconocido, y ofreció su ayuda. Hizo unos simples toques en el motor, y enseguida lo hizo funcionar. "Parece que usted conoce muy bien estos autos", le dijo agradecido el ayudado al ayudador. "Sí, algo conozco de esto -fue la respuesta-, yo soy Henry Ford".
Nuestro mundo se parece al Ford T del relato. Está descompuesto, y el mal ha hecho estragos en el corazón humano. Y, aunque continuamente se realizan los mayores esfuerzos para reparar el daño, pocos son los resultados. Esta incapacidad humana para construir un mundo mejor se parece a la incapacidad de aquel conductor, que no supo poner en marcha su auto detenido en el camino. Debió intervenir el fabricante del auto para remediar el desperfecto.
Así también, nuestro mundo podría salir de su necesitada condición si interviniera en él su divino Fabricante. Solo Dios tiene la solución para el drama del pecado que sufre la humanidad. Y esa solución definitiva consiste en la gloriosa venida de Cristo "sobre las nubes del cielo, con gran poder y gran majestad" (S. Mateo 24:30). Entonces viajaremos con él a su eterno Reino, junto con los redimidos de todos los tiempos que serán resucitados por el poder de Dios. Y, a partir de ese día, la innumerable familia de los salvados gozará por siempre de perfección en las mansiones celestiales.
Estamos tan de paso en este mundo... La vida aquí es tan breve que bien vale la pena asegurarnos un lugar en el Reino de Dios, donde la vida no terminará jamás. ¿No te parece? Cualquier logro profesional o económico en este mundo que deje de lado el interés por la salvación eterna es reducir la existencia a lo intrascendente y a los afanes transitorios sin Dios. Con razón, dijo Jesús: "¿Qué aprovecha al hombre si gana todo el mundo, y pierde su vida?" (S. Marcos 8:36).
Lector: Jesús viene pronto, aunque nadie sabe el día ni la hora, porque ese día "vendrá como ladrón en la noche" (2 S. Pedro 3:10). Por eso, él mismo nos advierte: "Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor... Estad preparados, porque vendrá a la hora que no pensáis" (S. Mateo 24:42, 44).

OPTIMISMO Y DECISIÓN


El mundo de hoy irá irremediablemente de mal en peor. Hasta que Dios diga "Basta" y le ponga punto final. Entonces, borrada para siempre la historia del mal, Jesucristo comenzará a escribir la nueva historia de eterna perfección. Y la pregunta que se impone es: "¿Nos estamos preparando para ser parte de esa nueva humanidad?
Prepararse significa ser optimistas y previsores. Sobre todo, significa aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal, y caminar cada día con él. Te invito afectuosamente a que hagas esta clase de preparación espiritual. Y, mientras tu la haces, con gusto yo también la haré. Estaremos recorriendo así el mismo camino, para llegar juntos al mismo destino. Entonces tendremos entrada gratuita en el Reino imperecedero de Dios. ¡Y allí seguiremos maravillados, al vivir con optimismo la dicha inefable que jamas tendrá fin! ¿Podríamos desear algo mejor y más glorioso?

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