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EL MAYOR OPTIMISTA

EL MAYOR OPTIMISTA


Dos hombres viajaban por un árido desierto, cuando inesperadamente se desató una terrible tormenta de viento huracanado. Felizmente, pudieron refugiarse en una cueva, donde pasaron toda la noche. A la mañana siguiente, los dos viajeros quedaron consternados, ya que la tormenta había borrado todas las huellas y las señales indicadoras del desierto.
Sintiéndose perdidos, uno de los dos compañeros se entregó a la desesperación, mientras que el otro se mantuvo sereno y optimista. Y llegó nuevamente la noche. Entonces, el más confiado miró hacia arriba, y le dijo a su compañero: "Todo esta bien. Las estrellas todavía están en el cielo, y ellas nos guiarán".
Para muchos, la vida se asemeja a un desierto, en el cual se encuentran confundidos y angustiados. Y, con su actitud pesimista, no saben qué camino tomar frente a sus problemas. Pero también están los otros, los que saben ver en el firmamento de la vida la Estrella guiadora que se encuentra en Jesucristo, quien puede llenar de optimismo el corazón humano, porque él mismo fue y sigue siendo el mayor optimista de la historia.
De esa Estrella guiadora, de ese Optimista incomparable, queremos hablar en este artículo, para estímulo de nuestros esfuerzos cotidianos, y para aliento de nuestro corazón en las horas más sombrías.

OPTIMISTA AL ELEGIR


Desde el mismo comienzo de su obra, Jesús necesitó rodearse de un grupo de leales seguidores, que pudieran luego ser los continuadores de su misión redentora. El Maestro debía elegir a sus discípulos sin correr el riesgo de equivocarse. ¿Adónde iría a buscarlos?
Llamativamente, Jesús no fue a los intelectuales ni a la cúpula religiosa de sus días. Dejó de lado los centros urbanos y administrativos de la Nación, y fue a buscar a sus primeros discípulos a la orilla del Mar de Galilea. Y allí, ¿a quiénes encontró sino a varios pescadores intrascendentes? Eran Pedro y su hermano Andrés, más Santiago y su hermano Juan. Estaban ocupados en su oficio, cuando el Maestro los invitó a ser sus seguidores. Y ellos aceptaron "al instante" la invitación (S. Mateo 4: 18-22).
Más tarde se sumaron los otros discípulos. Cada uno con sus propias características. Pero ninguno de ellos provenía de la clase más destacada o recomendable de la sociedad. ¿Podría Jesús sacudir al mundo con ese modesto grupo humano? ¿Hubiéramos elegido tú y yo a esos hombres para un cometido tan sagrado y trascendente? Pero Jesús no se equivocó. Y, si admitió a Judas en el grupo, no fue porque él lo eligió sino porque el propio Judas se ofreció. Y el Maestro lo admitió.
Jesús no vio a los Doce tal como eran, sino como podrían llegar a ser transformados por su gracia, su paciencia y su enseñanza. Hubo un momento cuando el grupo se llenó de ambición egoísta y de sed de grandeza, y cada uno pretendió ser el mayor (S. Marcos 9:34; S. Lucas 9:46; 22:24). Pero ese necio agrandamiento pronto iba a terminar cuando vieran el espíritu servicial de Jesús, su ofrenda redentora en la cruz, y su gloriosa resurrección.
El optimismo de Jesús no le falló. Él confió en la transformación de sus discípulos, y ellos fueron realmente transformados. Como resultado, pudieron continuar con eficiencia la obra que su Maestro había iniciado.
A tantos siglos desde entonces, Jesús no ha menguado en su optimismo con respecto a sus seguidores. Nos invita hoy a nosotros a seguirlo; y confía tanto en nuestra lealtad como lo hizo con sus discípulos de antaño. A nosotros tampoco nos ve como somos, sino como podríamos ser si permitiéramos que él nos transformara a su semejanza. Allí radica su maravilloso optimismo: que podamos ser cambiados por él. Y esta obra de cambio el Señor la puede y quiere hacer por igual en favor de los humildes y los encumbrados de la Tierra.
Jesús es optimista con respecto a tu vida. Él confía en ti. Sabe lo que podrías llegar a ser, y cuánto podrías lograr si te dejaras modelar por él. ¿No es grandioso que, con su amor y su optimismo, Jesús pueda llevarnos al mayor grado de prosperidad espiritual? ¡Convive con él, y te sentirás cada día mejor!

OPTIMISTA AL ENSEÑAR


Bien podríamos llamar a Jesús el "Maestro del optimismo". En todas sus enseñanzas se encuentran los elevados principios para tonificar el ánimo y alegrar el corazón. Sobre todo, sus palabras presentan el camino de la vida eterna. Por eso, la gente lo escuchaba con deleite durante horas, y se reunía en grandes multitudes para absorber sus verdades de aliento y de gracia.
Tomemos por caso las "Bienaventuranzas", con las cuales el Maestro comienza su inmortal Sermón del Monte. Allí está presente su palabra animadora para los humildes y los dolientes del mundo, como también para los rectos de corazón. A los humildes de espíritu, Jesús los llama "bienaventurados", "porque de ellos es el reino de los cielos". Y a los que lloran les dice que "serán consolados" (S. Mateo 5:3, 4). Con tal enseñanza positiva, ¡cómo Jesús no iba a encender la esperanza y el optimismo en la vida de sus oyentes!
Y, cuando el Maestro llamó a la gente "sal de la tierra" y "luz del mundo", de nuevo sembró la simiente de la dignidad humana, y de la autoestima para la salud emocional. Quien iba abatido a escuchar a Jesús regresaba con su ánimo curado. Quien se sentía incomprendido o desmerecido recibía de Jesús el tónico que su alma necesitaba. Nadie quedaba igual después de escuchar las elevadoras palabras de Jesús.
Recordemos también algunas de las parábolas del Maestro. Con ellas estimulaba el espíritu de sus oyentes. Allí están, por ejemplo, las parábolas de la mostaza y la levadura (S. Mateo 13:31-35). En ambas, se destaca la acción sobrenatural de Dios, quien con poco logra grandes resultados. La pequeñez del grano de mostaza se convierte en el árbol que da albergue a las aves del cielo. Y la levadura actúa en la harina de modo invisible y silencioso, y la masa queda admirablemente leudada. Cuando la gente entendía la lección de estas parábolas y de tantas otras, se llenaba de ánimo y de una actitud positiva para llevar las cargas de la vida. El optimismo se encendía en sus corazones...
Y ¿qué diremos de acerca de las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano? (S. Lucas 15:11-24; 10:29-37). Son relatos que conmueven y alientan, que enternecen y desafían nuestro espíritu. ¿Quién no siente palpitar su corazón frente al amor perdonador del padre hacia su hijo extraviado, o frente al buen samaritano que atendió con tanta solicitud a su enemigo judío? Son historias que reflejan y despiertan los mejores sentimientos humanos. Encienden el lado positivo y optimista de la vida, como solamente Jesús lo puede hacer.
Toda vez que puedas, escucha o lee las energizantes enseñanzas del Maestro, y sentirás una corriente de vida nueva fluyendo en tu ser. Cuando necesites fortalecer y estimular tu corazón, recuerda que las palabras de Jesús pueden producir el vuelco saludable que estés buscando. Él mismo dijo: "Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida" (S. Juan 6:63). Y el discípulo Pedro asintió: "Tú tienes palabras de vida eterna" (S. Juan 6:68).
La religión de Cristo es el evangelio del optimismo. Pide la ayuda divina para vivir siempre esta clase de vida superior.

OPTIMISTA ANTE LOS PROBLEMAS


La vida de Jesús estuvo rodeada de problemas. No porque él los creara o buscara, sino porque se los traían para que los resolviera. Y, para todos ellos, siempre tenía la solución adecuada. El que supo resolver el problema de la muerte ¡cómo no iba a tener la capacidad de resolver cualquier otro problema humano!
Un problema que Jesús supo resolver fue el hambre de la multitud que lo escuchaba. Dos veces multiplicó milagrosamente los panes y los peces. La primera vez, para alimentar a cinco mil hombres (S. Marcos 6:35-44). Y la segunda vez, para alimentar a cuatro mil (S. Marcos 8:1-9). Los discípulos habían sugerido que la gente fuera a comprar comida en los alrededores, pero Jesús tuvo una idea mejor. Él mismo se convirtió en el milagroso Proveedor de la multitud, y hubo sobradamente pan para todos. Desde entonces, ¿quién de los presentes habría de dudar del poder divino de Jesucristo?
Jesús no se detuvo ante el problema. Actuó con mente positiva y resuelta, expresó una compasión optimista hacia la gente, y contagió de alegría y optimismo a todos los corazones. Cuando tengas hambre en tu estómago o en tu alma, acuérdate del gran Solucionador de los problemas humanos. Pide su ayuda divina, y él te la dará. Te sostendrá también en todas las demás necesidades que puedas tener. La vida del creyente no está exenta de problemas, pero está siempre acompañada de las grandes soluciones del Señor. Lo sabías, ¿verdad?
El pesimista se rebela, y se mantiene negativamente inactivo frente a sus problemas. El optimista común se esfuerza por resolver sus problemas con su sola capacidad personal. Pero el optimista creyente hace todo lo que puede y además acude al Señor, para no errar en su esfuerzo y para prevenir problemas futuros. ¿Eres tú esta clase de optimista cuando algún revés o dificultad golpea tu vida?

OPTIMISTA ANTE LA ENFERMEDAD


Jesús siempre fue un vencedor sobre la enfermedad. Sanó a leprosos, ciegos, endemoniados, paralíticos y a los que sufrían cualquier otra dolencia, por severa que fuera. No había enfermedad que él no pudiera sanar, ni dolor que no pudiera mitigar. Nunca rechazó a un doliente ni a un alma desamparada. Y, si atendía al enfermo físico, con mayor razón sanaba al enfermo espiritual.
Un ejemplo clásico de esta disposición de curar el alma lo encontramos cuando Jesús le dijo a un paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (S. Marcos 2:5). Lo que aparentemente más necesitaba el paralítico era recuperar su salud física. Pero el Maestro consideró que ese pobre hombre tenía tan enferma su alma como su cuerpo. Y hacia esa necesidad espiritual dirigió en primer lugar su poder sanador.
Y, cuando el hombre quedó sano por dentro -gracias al perdón y a la paz que recibió de Jesús-, estuvo en condición de recibir el milagro de la curación física. Jesús le dijo: "¡Levántate! Toma tu camilla y vete a tu casa... Y salió delante de todos, de manera que todos se asombraron, y glorificaron a Dios" (S. Marcos 2:11, 12). ¡El ex paralítico rebosaba de felicidad!
¡Qué extraordinaria capacidad tuvo el Señor para distinguir la necesidad más profunda del paralítico! Simpatizó con él, y le sanó primero el corazón. Lo llenó de esperanza, y puso luego en movimiento sus músculos dormidos. Hasta hoy Jesús quiere vernos sanos por dentro y por fuera. Su poder y su optimismo para sanar siguen siendo iguales. Nos ofrece el perdón completo (S. Lucas 23:34; Isaías 1:18), y el vigor físico para disfrutar más de la vida (Isaías 40:28-31).
¿Estás padeciendo algún abatimiento o alguna desesperanza? ¿Te es adverso el ambiente de tu trabajo? ¿Necesitas más armonía en tu hogar? ¿Sientes que alguna dolencia física o espiritual te está debilitando? La acción positiva de Jesús puede sanar todo mal. Con su optimismo quiere encender el tuyo, y con su amor quiere llenarte de felicidad.
Otro ejemplo extraordinario de recuperación humana tiene que ver con aquella mujer tomada en adulterio y acusada frente a Jesús (S. Juan 8:3-11). Sus acusadores comenzaron a injuriar públicamente a la mujer, y creyeron que debía ser apedreada. Pero, al descubrir la vileza de ellos, Jesús les dijo: "El que de vosotros esté sin pecado, tírele la primera piedra".
Y, dichas estas palabras, los hombres se fueron yendo uno tras otro, hasta quedar solamente Jesús y la mujer. Entonces el Maestro le preguntó a ella: "¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?" Y ella contestó: "Ninguno, Señor". "Ni yo te condeno -le dijo Jesús, y añadió-: Vete, y desde ahora no peques más". Un solo gesto despreciativo o una sola palabra condenatoria de parte de Jesús habría dejado hundida para siempre a esa mujer pecadora. Pero el Señor le extendió su perdón, y le señaló con optimismo el camino de una vida nueva. Y la mujer abandonó su pecado, y se convirtió en una leal seguidora del Maestro.
¡Cuán alentador es saber que hasta hoy Jesús perdona al pecador y lo levanta de sus caídas! Porque él no vino "para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (S. Juan 3:17). ¿Has tenido deslices, incorrecciones y faltas diversas en tu vida? ¡No te quedes hundido o hundida en tus pecados y tus culpas! Ve al Señor y ruega su perdón, y él te lo dará con amor. Los hombres malintencionados de antaño llevaron a la mujer pecadora delante de Jesús para avergonzarla y humillarla, sin imaginar que serían ellos los que terminarían en vergüenza, mientras que la mujer acusada recuperaría su dignidad y su autoestima. Así sigue actuando hoy el Señor en nuestro favor.
Jesús nos mira con optimismo, porque se adelanta al momento en que él podrá transformarnos. Y es nuestro privilegio mostrarnos igualmente optimistas al aceptar que él puede hacernos nuevas personas, libres del dominio del mal. ¡Conserva esta convicción en tu alma, y disfrutarás de una constante renovación interior!

SU OPTIMISMO EN EL RESCATE


En la mina de San José, situada a 40 km de la ciudad chilena de Copiapó, 33 mineros quedaron atrapados a casi 700 metros de profundidad. En un comienzo, el derrumbe los dejó totalmente aislados, a partir de aquel trágico 5 de agosto de 2010. Pero, a las dos semanas del terrible accidente, los mineros fueron localizados y fue posible mantener contacto con ellos. Entonces, nació la esperanza, y comenzó el difícil y paciente trabajo de rescate.
Finalmente, después de 70 días, con extraordinario apoyo técnico y humano, los 33 mineros fueron elevados hacia la superficie. Terminaba así, con profunda alegría, esa inolvidable epopeya de salvataje, sin una sola pérdida humana. Todos trabajaron y lucharon con optimismo, y la tarea heroica culminó con pleno éxito.
Dos mil años atrás, se realizó otro gran rescate. Fue el mayor rescate de la historia. En el monte Calvario, el Hijo de Dios ofrendaba su vida para salvar al hombre de su espantoso derrumbe moral (S. Marcos 10:45; Romanos 5:8). Hizo lo máximo para redimir a los seres humanos hundidos en el pecado. Y todo lo hizo por amor, con la esperanza optimista de rescatarnos y darnos vida eterna.
Tanto fue el optimismo del Señor que habría estado dispuesto a sufrir como sufrió aunque lo hubiese aceptado un solo pecador. ¡Y ese solo pecador o pecadora podríamos haber sido tú o yo! Pero ese plan divino de rescate fue tan perfecto que produjo y sigue produciendo la salvación de millones de personas. Y, si aún hay tanta gente sin ser rescatada, y vive hundida en la maldad, no es porque el plan salvador de Jesús haya fallado, sino porque muchos -¡increíblemente!- rechazan el rescate de amor ofrecido por él.
En un sentido, todos nos parecemos a los mineros de la mina chilena de San José. Por naturaleza, a mayor o menor profundidad, todos estamos atrapados por el derrumbe universal del pecado (Romanos 3:10, 23), y todos necesitamos por igual al divino Rescatador.
¿Te sientes hoy hundido o hundida en tu ánimo, en tu salud, en tu vida espiritual o en tu matrimonio, y no sabes como salir del pozo? Jesús te tiende su mano poderosa, y te dice: "Con tu sola fuerza no podrás. Acepta mi ayuda. Tómate de mi mano. Para eso he venido a buscarte". Y el Señor es optimista: espera que te tomes de su mano, para resolver tus problemas y para disfrutar de su maravillosa salvación.
¡Cuánto amor tiene Jesús por ti y por mí! Con él, no estamos solos ni hundidos. Él permanece a nuestro lado para librarnos del mal. Y, si resbalamos o caemos, nos levanta con su mano de amor.

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